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Fascinado con España

  • Writer: Reinaldo
    Reinaldo
  • Jul 10, 2018
  • 7 min read

-¡Goooool del Real Madrid!, se escuchó por los altavoces. Se me erizó la piel; mientras, cerca de cien mil personas se pararon de sus asientos eufóricas en el Santiago Bernabéu de Madrid gritando en celebración por la anotación de hace apenas unos segundos. Parecía como si en cualquier momento se fuera a caer la estructura por el retumbe de los saltos. Aquello fue indudablemente una experiencia de vida. Jamás había presenciado el fanatismo deportivo en su máxima expresión. El fútbol realmente es el deporte nacional de España. Y es que se lo toman muy en serio, al punto de que fui interrogado varios días después sobre esto en una barra del Barrio de las Letras de Madrid.

-¿A qué equipo le vas? Me preguntó un chico con una cara muy seria.


–Bueno, al Real Madrid, contesté.


-Ahhh, eso está bien, contestó el chico, mientras asentía con la cabeza.


En ese momento fue que supe cuanta importancia le dan al asuntito del fútbol. Menos mal que no contesté que iba al Barcelona, porque quizás no hubiera llegado a Puerto Rico para escribir este artículo. Existe un refrán muy famoso en inglés que dice: When in Rome, do as the romans do. (Cuando estás en Roma, haz lo que hacen los romanos) Creo que fue un buen momento para aplicarlo, pues los madrileños adoran su equipo. Incluso, recuerdo haber visto toda una sección de gradas vestida igual el día del juego que cantaron desde el inicio del juego hasta el final; algo así como un coro de iglesia. Mencionar al FC Barcelona o cualquier otro equipo en ese instante hubiera sido caótico, una completa aberración y falta de respeto a la ciudad capital de España. Menos mal, le hice justicia.

Pero Madrid me dejó mucho más que sorprendido desde el primer día; anonadado diría yo, con ganas de más. Más allá del deporte y esa experiencia única el en estadio, las calles madrileñas tienen mucho que ofrecer. Tiendillas donde podrás encontrar algún libro interesante, cafés perfectos en cada taberna, monumentos impresionantes dignos de visitar, en fin, todo lo que alguien desea en un buen viaje. Lo mejor de todo es que mi experiencia española solo estaba comenzando cuando tuve esta impresión. Luego de un vuelo de casi ocho horas directo desde San Juan, llegué con ojeras y ganas de dormir, pues mi reloj biológico sentía que no había dormido nada cuando ya en Madrid eran las once de la mañana. Para contrarrestar esto y poder ajustarme rápidamente a la hora local tenía que mantenerme despierto hasta las ocho o nueve de la noche. Esta tarea suena más fácil de lo que realmente es, ya que me da mucho dolor de cabeza el no dormir.

Dicho y hecho, di algunas vueltas por la ciudad y caí rendido mucho más tarde de lo pautado. (Culparé a la emoción por esto) Al día siguiente nos esperaba un recorrido a pie por el centro de Madrid, donde veríamos algunos lugares de interés, incluido por supuesto el Palacio Real, antigua residencia de los monarcas españoles. La opulencia que allí se observa es inaudita; candelabros de oro en cada habitación, comedores de estado capaces de sentar a cien personas y sobre todo, las joyas reales que incluyen una corona en oro macizo con piedras preciosas incrustadas, un cetro del mismo material y el famoso toisón de oro, una insignia que denota alto rango y prestigio a la familia Borbón, actual dinastía reinante en #España. Cabe destacar que los reyes ya no viven allí, siendo utilizado el palacio solamente para visitas de jefes de estado extranjeros, entre otras actividades oficiales de la corona española. Ellos actualmente residen en el Palacio de Zarzuela, localizado en el Monte del Pardo a las afueras de la ciudad.  


En el recorrido también estuvimos en la Plaza Mayor, delimitada completamente por balcones coloniales estilo Viejo San Juan. Un lugar mágico donde puede uno almorzar mientras se escuchan acordeones de fondo o comprar recuerdos únicos de España tal como jamón de bellota y pimentón de la Vera. Próximo a la plaza se encuentra el Mercado San Miguel, un sitio donde se pueden adquirir comidas típicas españolas y donde comí uno de mis postres favoritos, la deliciosa tarta de Santiago, oriunda de Galicia y elaborada con almendras molidas. Indudablemente una de las mayores exquisiteces de la península ibérica.

Entre tanta emoción de estar en lugares históricos se me fue el día, pero seguía con ansias de seguir explorando las callejuelas de Madrid. Una ciudad antigua pero a la que se le notan sus atuendos contemporáneos, siendo una de las capitales europeas más vanguardistas. Lugar de vivienda de prodigios de la literatura como Miguel de Cervantes y hogar permanente de pinturas modernas como Guernica de Pablo Picasso. Una fusión perfecta de lo viejo y lo nuevo que invita a ser descubierta al punto de que en un mismo día pude deleitarme de churros con chocolate, (siendo el chocolate completamente diferente a lo que estamos acostumbrados acá en Puerto Rico, ya que es espeso, cremoso, lleno de mucho sabor) en un lugar que lleva abierto continuamente desde el 1894, la clásica Chocolatería San Ginés y visitar un centro comercial donde encontré marcas españolas con lo último en tendencia de modas.

Al tercer día teníamos pautada una visita a #Toledo, antigua capital de España localizada al sur de #Madrid en un monte rodeado por un río, coronada en lo más alto por su alcázar y a la que se ingresa por puentes de piedra. Ante tanta belleza, es indispensable recorrer las calles que la bordean y tomar fotos de aquel impresionante panorama. Las colinas verdes se extienden a lo lejos mientras en el centro muy majestuosa se encuentra la villa. Pinos monumentales adornan las calles y perfuman el aire, dando sensaciones indescriptibles al afortunado espectador. La emoción en demasía invade el cuerpo e invita inmediatamente a perderse por callejones milenarios donde existen talleres de espadas y orfebrería representativos de la herencia medieval de aquel pueblo vetusto. Sobre sus puertas de entrada le adornan escudos heráldicos de algún fulano rey que al cruzar recuerdan la edad de aquel sitio.

Castle in Spain
Toledo, España

En lo más alto de la ciudad, se encuentra imponente el castillo que albergaba los reyes durante su estancia en la localidad y cuatro torres se levantan en los extremos protegiendo de invasores. Hoy día hallamos aquí el Museo del Ejército Español que cuenta las hazañas de la armada de uno de los más grandes imperios en la historia del mundo. Allí también encontramos curiosamente las llaves de todas las puertas de San Juan (incluyendo la puerta de San Juan), que los españoles se llevaron cuando perdieron la guerra hispanoamericana y además, la maqueta del mayor fuerte construido por los españoles en el nuevo mundo, el San Cristóbal, erguido a la entrada de nuestra ciudad capital amurallada.

Días más tarde visitamos (de forma afortunada) la sede de la Real Academia Española, entidad guardiana de nuestra lengua, el español. Tuvimos la oportunidad de entrar a la Sala de Plenos donde se reúnen los 46 académicos que toman las decisiones del idioma, a las bibliotecas, que contienen  textos antiguos y al auditorio. Cabe mencionar que se siente cierto orgullo de hablar español al estar en estas facilidades centenarias. Al reflexionar a fondo, estamos presentes en un lugar donde se regula un lenguaje riquísimo en vocabulario, capaz de describir las cosas hasta el más mínimo detalle y hablado por más de 300 millones de personas.

Nuestra visita a la madre España culminó con una visita a otra gran ciudad de valor histórico, Segovia. Con su acueducto romano que atraviesa el mismo centro de la misma, es uno de esos lugares a los que se debe ir al menos una vez en la vida. El simple hecho de tocar rocas colocadas hace al menos dos milenios causa una sensación de asombro. ¿Cuántas energías habrán plasmadas allí? ¿Cómo movieron esas piedras tan pesadas en tiempos antiguos? ¿De dónde aprendieron a hacer cálculos tan precisos? Son preguntas que saltan a escena ante tan sorprendente estructura. Lo más fascinante aún es que todavía es utilizado, lo que nos dice que los romanos construían para la eternidad. Caminamos por el centro de la ciudad haciendo paradas en iglesias importantes para tomar fotos y contar alguna historia fantástica que le añadiría valor al sitio en que nos encontrábamos. Andábamos estupefactos, boquiabiertos con cada giro de la cabeza pues todo era hermoso. Viejo, pero con su carácter particular que le embellecía.

Continuamos con nuestro baile de aves en jaula nueva hasta que llegamos al castillo que habíamos visto desde nivel de tierra unas horas antes, era más imponente de lo que parecía. Tras cruzar un foso de al menos cuarenta pies de profundidad nos adentramos en  las entrañas del coloso de piedra. Adentro nos recibieron armaduras del medioevo como las que se ven en películas que despertaron la pregunta: ¿Cómo rayos se metían en esas cosas? Aparentan ser incomodísimas, sin mencionar las pilladas en la piel que posiblemente causaban los pliegues en metal. Lo peor de todo, vimos una con un hueco de bala, así que la valentía de llevarla puesta ni siquiera valió la pena.

En cada cuarto observamos coloridos tapices en las paredes, techos adornados con pinturas y ventanas forradas de vitrales que proyectaban formas en el interior por la luz que se filtraba por ellas. Azulejos de carácter moro, lo que nos parece curioso pues los españoles expulsaron a los árabes de España como bolsa, pero al parecer retuvieron su estilo de decoración. Suena irónico, pero es cierto.

El ocaso se acercaba, pero aún faltaba una parada; la más esperada por mí precisamente, el Real Palacio de la Granja de San Idelfonso. Una residencia un tanto ostentosa, ya que cuenta con extensos jardines estilo parterre, fuentes monumentales con chorros que alcanzan más de 50 pies de altura y hasta una catedral. Algo comparable quizás con el Palacio de Versalles al sur de Francia. Era tan dramático como las fotos que había observado en línea; estaba fascinado, como un niño que va por primera vez a Disney. Era uno de esos sitios que tenía en mi lista de lugares por visitar y tan prontamente lo había tachado. Mis compañeros de viaje quedaron perplejos ante tanta extravagancia innecesaria, pero indudablemente precioso. Veredas que te llevan por arbustos colocados perfectamente uno detrás de otro. Plantas podadas en formas geométricas de igual tamaño creando simetría. Esculturas talladas por los más reconocidos artistas de la época que complementan todo el verdor que se aprecia. Sencillamente es algo magnífico, estupendo e indudablemente bello.

España quedó en mi memoria como un recuerdo grato, me sedujo con sus bellezas hasta que sin duda alguna quedé perdidamente enamorado. Quiero más, quiero hallar paraísos en sus lozanas tierras, encontrar pueblillos que deleiten el alma e inciten visitas más largas hasta que finalmente pueda llamarle mi hogar.

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