Primera vez en Italia
- Reinaldo
- Jul 10, 2018
- 7 min read
¡Mi amor, mira el #coliseo romano! dije exaltado. Esa fue mi expresión al toparme con el clásico romano de frente. Jamás olvidaré esa primera impresión, iba tomado de manos con Mario, inundado de frío por las calles de Roma a pesar de llevar varias capas de ropaje, asombrado por tanta belleza antigua ante mis ojos, que no me di cuenta que ya el coliseo entraba en mi campo visual. De momento, ahí estaba. Tan imponente como lo imaginaba y frente al foro romano. Una estructura de la que escuché mucho durante mis años en la escuela de arquitectura de la Politécnica. Muchas sensaciones me inundan, no sabía por dónde comenzar a fotografiarlo, todos los ángulos parecían perfectos. Creo que tome cerca de cincuenta fotos y aún no estaba satisfecho. Fue este el momento entonces donde tome la mejor foto que pude. Pura perfección arquitectónica; un cielo azul despejado y una estructura cuasi dos milenaria en la parte inferior del marco. Arte griego mezclado con pura grandeza e ingeniería romana.

Bordeamos los muros varias veces antes de adentrarnos en ellos. Por dentro, era aún más impresionante. Es casi imposible pensar que en sus tiempos de gloria, cabían allí cerca de cincuenta mil personas que podían ser evacuadas en diez minutos. Hablamos de avances y tecnologías, pero honestamente pienso que el ser humano era más ingenioso en la época clásica. Por ejemplo, ¿de dónde los griegos habrán ideado los tradicionales órdenes? ¿Qué inspiración habrán tenido? No había ningún precedente que los llevara a eso, eran mentes crudas inventando algo que jamás se había visto. Estilos que todavía hoy utilizamos; solo tenemos que mirar los edificios de gobierno e inmediatamente vemos capiteles dóricos o jónicos.
Caminamos por el área de las antiguas gradas observando la arena en construcción, que aún permite ver los laberintos que escondían las bestias feroces de aquel entonces. Creo poder imaginarlo, toda una multitud gritando eufórica ante una escena inundada por acueductos con barcazas que recrean las grandes hazañas del imperio romano mientras estruendosos cañones se añaden al ya alto volumen en aquel espacio público. Luego de una o dos horas, partimos con vídeos del Coliseo para encaminarnos hacia las ruinas del circo máximo. Con el frío acechándonos, caminamos varias cuadras, atravesando el arco de Constantino y construcciones de decenas de metros de altura, todas en ruinas. Las calles adoquinadas te invitan a descubrir la perdida metrópolis de la antigüedad. De pronto, tras un giro a la derecha, estábamos frente a un espacio verde de varios kilómetros de largo y un cuarto de ancho, con una profundidad pronunciada. Esto es lo que queda del Circo, el lugar que algún día fue el más grande de Roma con una capacidad de hasta 250,000 espectadores. Mucho más de lo que cabría hoy día en cualquier estadio. Es casi inconcebible pensar que allí en aquel mismo suelo ocurrieron numerosas carreras y espectáculos para el pueblo, como en el Coliseo ocurrieron matanzas. Es una sensación un tanto impresionante, estar rodeado de lugares con energías milenarias, donde tuvieron escenario grandes momentos de la historia de la humanidad; la muerte de Julio César, la caída del imperio, entre muchos otros.
Ya el sol empieza a caer por el oeste, el día nos pareció un tanto corto, pero estamos al norte así que en ese tiempo oscurece más rápido. Debíamos regresar al hotel, en la noche teníamos una cita en un sitio de gran envergadura. Entusiasmados por comer, subimos nuevamente al norte de la ciudad, no sin antes detenernos en un kiosco holandés que vendía patatas fritas en conos enormes. Las ofrecían crujientes, calientes y con cualquier salsa que desearas. Mario prefirió su cátsup mientras yo opte por un curry. Comiendo esto seguimos por la Via Nazionale de Roma hasta llegar al hotel para prepararnos para nuestra velada romántica.
“Ciao signore, andiamo alla Via Giovanni Antonelli trenta, alle ristorante Metamorfosi” Estas fueron las palabras que indiqué al taxista para que nos llevara al sitio donde tendríamos nuestra cena la noche del día en que vimos por primera vez el coliseo romano y otros tantos monumentos italianos de los que tanto se hablan. Perfetto! Contestó él y partimos rápidamente en dirección a uno de los mejores restaurantes de Italia, portador de una estrella Michelin. Por el camino vimos de todo aquello que compone la cultura italiana, concesionarios Ferrari, Fiat y Maserati, un Lamborghini estacionado en una calle, luces bohemias en las aceras, “trattorias” y por supuesto el río Tiber, símbolo inmortal de la ciudad.

Luego de unos minutos que parecieron mucho más rápidos de lo que pensábamos estuvimos frente a un edificio con cristales que exponían todo en el interior, este era el restaurante #Metamorfosi del chef Roy Cáceres, exponente de la gastronomía molecular en Italia. Al cruzar el umbral, un mesero inmediatamente nos recibió quitándonos los abrigos para guardarlos. “Abbiamo una riservazione per le otto e mezza”, indiqué. Rápidamente nos acomodaron en una mesa. El salón era contemporáneo, con detalles negros y grises. El tipo de decoración que me gustaría tener en mi casa. En el centro del recibidor había una mesa redonda donde reposaba un jarrón de cristal con lirios frescos de color amarillo. Los pisos de madera oscura contrastan con las paredes de color claro. Un segundo piso se asoma por encima de nuestras cabezas y el techo de doble altura da aspecto de espacio abierto.
De momento se acercó a la mesa nuestro servidor y nos hizo la introducción formal, explicándonos el concepto del restaurante y la intención del chef con la comida que pronto se nos serviría. Nos dejó el menú de cena y de vinos y partió para que pudiéramos hacer nuestras selecciones. Mientras, nos colocó panes multigranos con mantequilla aireada para untar.
Como aperitivo seleccioné el huevo carbonara 65°, de plato fuerte el cerdo ibérico servido con mermelada de ciruelas y chipotles; papas y algas asadas. Mario por su parte quiso un plato de mozzarella y espinacas como aperitivo y como principal unos ravioles rellenos de queso parmesano salteados en mantequilla y trufas negras. Aunque los platos pueden sonar simples, la elaboración está a otro nivel mucho más sofisticado. El huevo es presentado en una cápsula que se remueve con un palillo de madera, liberando aromas al comensal; el cerdo ibérico es servido en una losa rectangular de mármol negro sin tratar con todos los elementos dispersos, el #quesomozzarella es puesto debajo de una laminilla gelatinosa de espinacas con sus panes de oliva al lado; los ravioles se calientan en la mesa al verter un caldo caliente sobre ellos, terminados con ralladura de trufa negra fresca.
Entre cursos recibimos especiales de la casa que van a tono con todo el menú y que son diarios; de acuerdo a lo que el chef haya decidido. Todos los platos, además de su espectacular presentación vinieron acompañados de una explicación para que toda la cena fuera coherente y entendiéramos lo que un plato tenía que ver con otro. Realmente fue algo asombroso, fuera de lo que estamos acostumbrados.
Luego de una hora y media aproximadamente, llegó el momento del postre. Para poder probar más delicias del chef, cada uno pidió uno distinto. En mi caso, como me encanta el chocolate deseé el que estaba elaborado con el preciado ingrediente, peras y salvia. Una combinación que al leerla me pareció un poco extraña, pero que me dejó perplejo por el excelente matrimonio que protagonizaban. Llegó a nosotros en una cápsula blanca de cerámica, que al abrir dejó al descubierto una lámina de chocolate. Con una antorcha culinaria el mesero derritió la laminilla, cayendo el chocolate derretido sobre las frutas que estaban abajo, bañándolas completas. Al tomar el primer bocado, las papilas de mi boca se elevaron al máximo por la perfección culinaria que estaban percibiendo. No era demasiado dulce, ni demasiado soso. Estaba en el punto correcto. La salvia le daba un toque astringente mínimo que complementaba lo frutoso de las peras, el amargo del chocolate y lo dulce del azúcar. A todo esto se le sumó el hecho de que los chips de chocolate que estaban mezclados con las frutas explotaban en la boca al entrar en contacto con la lengua, haciendo un curioso sonido particular. ¡Pura exaltación gustativa!
El otro postre no era nada menos que el primero, chocolate blanco con Armagnac y guineos. Este poseía un gusto un tanto más cremoso que cortaba la ligera acidez del primero. El chocolate blanco era de primera calidad por lo que se deshacía en la boca junto con las bananas. Algo así como derretirse, inundando el sentido del gusto de cremosidad dulce. Indescriptiblemente delicioso.
Nuestros seis días en #Roma fueron seguidos por un trío de estos en #Florencia, la ciudad más fotografiada del mundo, hogar del único puente que Adolfo Hitler no derrumbó por su belleza durante la Segunda Guerra Mundial; el aclamado “Ponte Vecchio” (Puente Viejo). La vista de éste desde lo lejos es una sensación que aún hoy hace que me den escalofríos y me llena de mucha emoción. La belleza que posee esta escena es extraña pues surge inmediatamente se está allí, como si las energías del lugar, conspiraran en uno para hacerle sentir gozo de simplemente estar existiendo en ese instante en Florencia. Un misticismo romántico arropa a todos, haciendo que todos quieran agarrarle la mano a alguien. Que incluso hace que muchos decidan comprometerse en el puente. Nada raro pues todas las tiendas que hay en la cercanía son joyerías. Lo viejo se convierte en bello, sencillamente lo es. No hay espacio para llantos de felicidad, eso se siente una vez has regresado a tu país de origen, pues te sientes lo suficientemente suertudo por haber visto aquella escena florentina. Además del Ponte Vecchio, en estos tres días visitamos numerosos monumentos importantes, tal como el David de Miguel Ángel en la Galleria dell’Accademia, El Palazzo Vecchio de los Medicis, el nacimiento de la Venus en la Galleria degli Uffizi y la impresionante catedral gótica Santa Maria del Fiore, hogar de la famosísima cúpula de Brunelleschi, la cual fue construida sin andamios y que pudimos ascender luego de escalar 463 escalones con formas irregulares. Firenze sinceramente es uno de esos lugares que se deben anotar en la lista de la vida, pues es asombrosamente bello. Las calles son medievales y los aires que se respiran son cargados de sensaciones indescriptibles. La travesía italiana de nosotros concluyó el cinco de enero en la Piazzele Michelangelo, debo admitirles que estaba un poco cansado pues fue el mismo día que subimos al Duomo y al campanario de Giotto en la catedral de la ciudad, pero la subida de más escalones valió la pena. A eso de las cinco de la tarde, justo al caer el sol sobre los valles de la toscana nuestros pies tocaron el suelo de la plaza. Lo visto desde allí era como un regalo por haberle dedicado unos días a la bella Italia; una vista impresionante de Florencia desde lo alto de una colina al otro lado del río Arno. Una suave música bohemia deleita los oídos mientras los ojos se enamoran de lo que ven y los labios piden tocar otros. Fue la culminación perfecta a un viaje perfecto con Mario. De verdad que la ciudad más romántica del mundo no es Paris, sino Florencia y el mejor país europeo no es Francia, sino Italia.
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